El mes pasado se nos fue Maurice White, el que fuera líder de Earth, Wind & Fire, una de aquellas bandas que a principios-mediados de los setenta alfombraron el camino del funk más callejero, muchas veces con fuertes tonalidades jazzy y soul (por favor, rastreen en sus primeros discos, casi tan buenos y negroides como los de Kool & The Gang), una multitudinaria congregación de músicos que supieron llevar a cabo la transición a la era disco capitaneados por White, que desplegaron bajo la batuta de éste un vigoroso y visionario directo y que, en definitiva, accedieron a la inmortalidad inundando el mercado de las grandes ventas con auténticos pelotazos como la sempiterna (en las fiestas que se precien) September (1978) y que, desde ese Disco-Funk, continuaron casi, casi sin renunciar a sus raíces hasta bien entrados los 80 y sus ritmos sintéticos. White, hace tiempo retirado de las trincheras debido al Parkinson que padecía continuaba dirigiendo el negocio lucrativo en el que terminó convertido su grupo el cual persiste girando alrededor del mundo, aún con uno de sus hermanos en sus filas, por cierto.
Pero antes de consagrarse como un baluarte de la música negra White (quizá es tiempo, efectivamente, de comenzar a reivindicar su figura y acercarla a la del mismísimo Clinton como comenta el reputado periodista musical Diego Manrique en el artículo enlazado) se fogueó como batería de sesión en la Chess (ahí es nada), configuró la segunda formación (y puede que el período más celebrado) del trío de Ramsey Lewis, apadrinó a las Emotions cuando la Stax se vino abajo y desarrolló una fecunda labor de producción a través de su propia compañía, la Kalimba Productions, además de ya como figura de renombre colaborar a lo largo de los años con un buen puñado de artistas. Introductor del instrumento africano Kalimba en el mundillo de la música occidental, vislumbró el sentido que tendrían los espectáculos en vivo y supo, desde su posicionamiento espiritual y por qué no desde su condición de astuto visionario capaz de asimilar y tornear las enseñanzas de Sly y Brown, fusionar a lo largo de su itinerario en una especie de exhuberante policromía rítimica las ramas del árbol de la música negra para hacerlo crecer un poco más. Descanse en paz, Mr. White.
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